A tiro de piedra

Girona en ocho excursiones o cómo ensanchar al máximo esta provincia

A través de sus encantadores pueblos y paisajes de mar y montaña.

Desde la magnífica e inspiradora Costa Brava, hogar de icónicos artistas como Salvador Dalí, hasta los bosques y los pueblos medievales del interior de la región catalana, proponemos ocho excursiones para disfrutar de las múltiples caras de Girona sin perder ningún detalle.

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Alt Empordà, entre yacimientos, artistas y calas rocosas

Arte, historia y paisaje son tres elementos indisociables en esta comarca del norte de Girona. En ella se extienden los imponentes paisajes costeros del Cap de Creus: las estribaciones orientales de los Pirineos que, al aproximarse al mar, se convierten en un agreste cabo marino que penetra en el Mediterráneo. La belleza salvaje e intacta de este Parque Natural –desde 1984– es una de las que mejor representa el sobrenombre que, a principios del siglo XX, recibió este litoral de Girona, al que un día en un artículo de prensa se le llamó con acierto la Costa Brava. 

La naturaleza de este paraje, que acoge el punto más oriental de la Península, se exhibe sin pudor a lo largo de una red de senderos señalizados que surcan la reserva, itinerarios adornados por algunos dólmenes megalíticos y torres-vigía del siglo XVI. Aunque, sin duda, también es recomendable contemplarlo desde lo alto, subiendo al monte Verdera que corona el monasterio de origen románico de Sant Pere de Rodes, la joya arquitectónica más preciada del Cap de Creus. Otro enclave de gran atractivo, situado en la misma comarca, es el Parque Natural dels Aiguamolls de l’Empordà, un tapiz de humedales cerca del mar que son una valiosa zona de nidificación y paso de numerosas especies de aves. 

Tiempo atrás, este litoral norte de Girona acogió las primeras colonias griegas que se instalaron en la Península. Prueba de ello son Roses y, sobre todo, Empúries, dos ciudades que reúnen los vestigios más bellos, así como otros romanos, tanto en museos como en yacimientos a cielo abierto. Siglos después, en el Alt Empordà también arraigaron valientes pescadores, cuyas minúsculas aldeas se han convertido hoy en coquetos pueblos marineros. Así encontramos L’Escala, Roses, Llançà, El Port de la Selva o el imprescindible Cadaqués, con su iglesia encalada mirando al mar. Precisamente este pueblo, imán para artistas y bohemios, es uno de los ejes de la ruta artística del Triángulo de Dalí, un itinerario que sigue la huella del genial pintor, cuyas etapas recalan, por ejemplo, en el minúsculo puerto de Portlligat, donde se puede visitar una de sus casas-museo, y en Figueres, su ciudad natal y hoy capital de la comarca.

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Baix Empordà, cuando lo rural se vuelve sublime

La fama de la belleza del Baix Empordà ha traspasado fronteras. A sus pueblos de fisonomía marinera como Calella de Palafrugell, Tamariu, Sa Riera, Llafranc o Sa Tuna, encajados entre calas recónditas a las que a menudo solo se accede por mar o a pie siguiendo los Caminos de Ronda, se une un interior agrícola con pueblos medievales, cuyo impecable estado de conservación hace que visitarlos sea como viajar en el tiempo. Además, la oferta gastronómica de la comarca es realmente destacable, con muchos de sus restaurantes instalados en antiguas masías con pórticos, patios y tramos de murallas medievales o, incluso, frente al mar. Fontanilles, Pals, Sant Feliu de Boada, Palau Sator o Peratallada son buenos ejemplos de ello. 

 

También conservan su personalidad y encanto pueblos más dinámicos como La Bisbal de l’Empordà, la capital de comarca, famosa por su industria de cerámica; Palafrugell, con un animado mercado diario y una activa vida cultural que incluye albergar una de las sedes de la Fundación Vila Casas de arte contemporáneo; Begur, presidido por los vestigios de su castillo, igual que Torroella de Montgrí, cuyo bastión corona el macizo del Montgrí; o Palamós, dueña de una de las lonjas de pescado más importantes de la provincia de la que salen, entre otros platos, su deliciosa gamba roja cocida a la plancha.

 

Esta comarca también alberga lugares de especial interés histórico, como el yacimiento del poblado íbero de Ullastret, y parajes de gran valor natural, como los Jardines de Cap Roig, cuyos senderos floridos se amoldan a los acantilados, o los humedales –algunos aprovechados para plantar arrozales– que crean las desembocaduras de los ríos Ter y Daró, justo enfrente de las Islas Medes. Estos islotes, probablemente la silueta más reconocible de esta comarca, fueron declarados reserva natural por la riqueza de sus fondos marinos, en los que es posible sumergirse en inmersiones autorizadas.

Girona
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Girona, entre catedrales y castillos

Girona, capital de la provincia y de la comarca del Gironès, posee un centro histórico delimitado por el curso del río Onyar que, a su paso por la ciudad, está flanqueado por antiguos edificios que fueron rehabilitados y pintados con fachadas multicolores. De ahí que algunos se hayan atrevido a apodar, a esta variopinta ciudad, “la Florencia catalana”. En el lado norte, la localidad conserva parte de sus murallas erigidas entre los siglos IX y XV, que se pueden contemplar desde el Passeig Arqueològico o bien paseando sobre sus muros.  

Entre el río Onyar y las murallas se halla el casco antiguo de Girona, un núcleo repleto de calles sinuosas y rincones en los que persiste su pasado multicultural. Destaca el entramado de la antigua Judería o Call, donde se respira la esencia medieval de la ciudad. Para profundizar en el pasado y presente del Call gerundense, se puede visitar el Centre Bonastruc Ça Porta, una institución que recoge el paso de los judíos por Cataluña. 

En su núcleo Girona acoge también plazoletas porticadas, muchas con nombres de antiguos gremios, como la del  Vi (vino) y la del Oli (aceite), así como callejones con escalinatas, como las de la hermosa Pujada de Sant Domènec. Aunque los monumentos más impresionantes se hallan en la salida de la urbe hacia el norte de la provincia. Allí, uno tras otro (por carretera parecen estar juntos) conviven la Basílica de Sant Félix y la Catedral, cuya altiva fachada es la antesala de una sobria nave gótica central, considerada la más ancha de Europa. Girona también invita a descubrir museos como el de Historia de la Ciudad, el Arqueológico de Sant Pere de Gallgants o el del Tesoro de la Catedral, donde se puede contemplar el maravilloso Tapiz de la Creación, obra del siglo XI.

Desde Girona, la comarca del Gironès se desborda en otras poblaciones que, sin disfrutar de la unidad paisajística de otras de la provincia, han sido importantes en su desarrollo económico y agrícola. Algunas sorprenden con iglesias de origen medieval menos conocidas, pero igual de encantadoras, como la de Cassà de la Selva, de fachada renacentista. Asimismo merecen una visita la de Sant Feliu (siglo XV) en Llagostera; la románica iglesia de Santa Fe en Medinyà;  la de Sant Esteve (XIX) en Madremanya; o el santuario de Sant Cosme y Sant Damià (XI) de Sant Julià de Ramis, donde se conservan además restos del castillo de Montagut y otros prehistóricos como los de la cueva de Goges o la remarcable necrópolis neolitica de Pedra Dreta.

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La Garrotxa, una belleza volcánica

El encanto de la Garrotxa se despliega en sus bosques, volcanes y pueblos medievales. El río Fluvià y la carretera que lo acompaña son los ejes de esta comarca, a medio camino del Pirineo y la Costa Brava, donde robles, hayedos y encinas ponen la nota de color. Al sur está Olot, capital de la comarca, rodeada por sus característicos conos volcánicos, coladas de lava y cenizas oscuras que contrastan con el verde de los bosques y prados integrados en el Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa. Menos conocido es el legado arquitectónico modernista que atesora esta población, así como los museos y las galerías que exhiben obras de la Escuela Paisajística de Olot, un estilo surgido a mitad del siglo XIX.

Una de las joyas medievales más apreciadas de la Garrotxa es el encantador pueblo de Besalú, precedido por un imponente puente, símbolo de la que fue capital de un próspero condado hasta el siglo XII. Desde el pueblo, siguiendo el serpenteante Fluvià, uno se sumerge en un paisaje cada vez más agreste, cuyo punto álgido es Castellfollit de la Roca. El pueblo sorprende por estar suspendido en lo alto de una muralla basáltica de 50 m de altura. A 4 km, Sant Joan les Fonts es otro magnífico ejemplo de los parajes esculpidos por el agua y la lava. El recorrido por la Garrotxa puede incluir también la coqueta Santa Pau, cuyo núcleo medieval está declarado Conjunto Histórico-Artístico.

Una de las excursiones más emblemáticas de esta comarca es la que se adentra en la Fageda d’en Jordà, un hayedo de aspecto mágico, cuya abundante floresta cambia de color según la época del año y por la que a duras penas se cuelan los rayos de sol. Desde aquí también se visitan los volcanes más bellos de la zona. El de Santa Margarida, uno de los más accesibles, tiene un cráter de más de 400 m de diámetro y una ermita románica en su interior; y el Croscat, el mayor de la Península y también el más joven, ya que su última erupción tuvo lugar hace «solo» 11.500 años.

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Pla de l'Estany y su lago mágico

Fue un lago el que dio vida a esta comarca, hoy cerca de Girona capital y encajada entre La Garrotxa y el Alt Empordà. En las orillas de esta balsa creció Banyoles, la capital de comarca rodeada por campos agrícolas, cuya Vila Vella o barrio antiguo se extiende desde el Monasterio de Sant Esteve a la bonita plaza porticada del Mercadal. Para profundizar en la ciudad y sus alrededores se pueden visitar museos como el Darder, instalado en una antigua casa medieval, que contiene una colección naturista legada por su fundador que le da nombre; el Arqueológico, con restos hallados en la zona; el Museo de Esculturas del Bosque de Can Ginebreda; o el Centro de Interpretación del Estany (lago) de Banyoles.

Las excursiones más buscadas en la comarca son las que se acercan al Lago de Banyoles. Fuente de mitos y leyendas, este estany es el mayor de Cataluña, rebosante de sorpresas a su alrededor. Ya en el mismo Banyoles, se admiran en la ribera del lago algunas antiguas casetas de pescadores y edificios que son una muestra de la prosperidad que alcanzó el lugar entre los siglos XIX y XX. El lago se puede descubrir navegando por el agua en barcas de remo o pequeños cruceros con guía que van narrando su historia y valores naturales. O también por la red de senderos para caminar o ir en bicicleta que lo bordean. En estos paseos se descubren rincones mágicos, como el Parque de La Draga, con restos neolíticos, o las Cuevas Prehistóricas de Seriny. También bosques con ermitas románicas, como la de Santa María de Porqueres o la de Sant Bartomeu, en Matamala.

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La Selva, entre el mar y la montaña

La comarca de La Selva tiene un pie en el mar y otro en la montaña. En su costa destacan Blanes, con su islote de Sa Palomera, considerado la puerta sur a la Costa Brava gerundense, así como las turísticas Lloret de Mar y Tossa de Mar, esta con el mejor recinto fortificado que se conserva en Cataluña a pie de agua. Su fortín se erige sobre la playa de Es Codolar, en el mismo centro histórico de esta villa marinera. Fue construido entre los siglos XII y XIV para defender a los pescadores de los continuos ataques de los temidos piratas de la época. La muralla mantiene en pie siete de las torres originales, tres de ellas cilíndricas y estilizadas. El barrio medieval de Tossa, la Vila Vella, está declarado Monumento Histórico-Artístico. Todos estos núcleos albergan entre ellos playas magníficas. Para conocerlas se puede seguir los caminos de costa que las unen, pasando junto a torres vigía que en el siglo XVI reforzaban la defensa de esta zona.

En el interior de la comarca también se descubren pueblos con encanto, como Caldes de Malavella, famosa por sus balnearios de aguas termales; la pequeña Breda, punto de inicio para numerosas caminatas; o Hostalrich, pueblo nacido sobre la antigua Vía Augusta romana y elevado sobre un cono volcánico extinto coronado por un imponente bastión, etapa de una ruta de castillos por La Selva. El pueblo mira de frente al macizo del Montseny,  declarado parque natural y reserva de la biosfera, ya en la provincia de Barcelona. La capital comarcal de La Selva es la dinámica población de Santa Coloma de Farners.

Puigcerda
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Cerdanya, la entrada a los pirineos

Rodeada de los Pirineos orientales, la Cerdanya es una comarca atravesada por el río Segre y sembrada de prados y pueblos que parecen haber sido dispuestos para inspirar a grandes artistas. Destaca por poseer un paisaje diverso, con cimas de casi 3000 m que la protegen por el norte (Puigpedrós, Carlit, Pimorent...) y por el sur (Cadí, Moixeró y Puigmal), bosques de pinos y abetos, y lagos glaciares en las zonas más altas. Algunas de estas montañas alcanzan comarcas vecinas, como las sierras de Cadí y Moixeró, declaradas parque natural y con infinitas posibilidades de excursiones.

El mejor punto de partida para cualquier excursión es Puigcerdà. Su núcleo antiguo (Vila Vella) se agrupa en torno a la calle Major y la torre-campanario de la iglesia románica de Santa María. Un rincón especialmente hermoso es el lago situado en la parte alta de la ciudad. A principios del XIX era una ciénaga, pero, antes de que acabara el siglo, la burguesía barcelonesa había embellecido el paraje con bonitas villas como segunda residencia.

A 7 km se encuentra la Llívia, un pueblo que quedó en territorio francés con el Tratado de los Pirineos de 1659. Sus calles en pendiente conducen a la iglesia fortificada de Nostra Senyora dels Àngels y a la Farmacia Esteve (siglo XV), una de las más antiguas de Europa. El río Segre acompaña carreteras secundarias que llevan a pueblos aislados como Saneja y Guils de Cerdanya, cuyas casas de piedra, tejados de pizarra y balcones de madera se apiñan alrededor de las iglesias románicas de Sant Vicens y Sant Esteve, respectivamente. No son las únicas muestras de románico del valle, que también pervive en Talló, Bor o Meranges, donde se descubren pequeños templos que son obras de arte.

En 1984, la apertura del túnel del Cadí impulsó el desarrollo de las estaciones de esquí de La Masella y La Molina, que en verano se convierten en destino de caminantes. Ambas están cerca de Alp, pueblo con calles empedradas y plazoletas a las que se abren restaurantes típicos. Otra etapa destacada es Bellver, aupada sobre una colina a orillas del Segre, que nació para defender el Camí Reial, la senda medieval que unía el rico condado de Urgell y Francia, y que hoy se puede recorrer tanto a pie, como en bicicleta. También está lleno de encanto Martinet (10 km), donde el Segre gana ímpetu y se estrecha; un desvío a las afueras acerca a los coquetos Músser y Lles de Cerdanya, con pistas de esquí nórdico que, fuera de temporada, se llenan de aficionados a la bicicleta y a las excursiones de montaña.

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Ripollès para los más románticos

En el Ripollès uno se siente en el corazón de las montañas. Aquí el río Ter da sus primeros pasos encajonado entre bosques y rocas grises. Precisamente una de las excursiones más populares de la comarca es la que busca las fuentes del Ter. Siguiendo su curso se encuentran antiguas colonias fabriles, mientras las pendientes dominan todo el paisaje, solo con algunos pocos tramos cubiertos de encinas, robles, hayas y pinos.

La monumental capital de comarca, Ripoll, está envuelta por cumbres y en ella confluyen los valles de los ríos Ter y Freser. El Monasterio de Santa María, reconstruido pero conservando la portada del siglo XII y un bello claustro románico, es el corazón de la ciudad. Para descubrir su pasado, se puede visitar un completo Museo Etnográfico, donde se exponen huellas de su pasado más remoto y de su crecimiento económico de hace un par de siglos gracias a la extracción de hierro y carbón.

Desde Ripoll se puede seguir una Vía Verde hasta otra bella población de la comarca, Sant Joan de les Abadesses, con un puente románico, la iglesia de Sant Pol y otro monasterio, joya románica que guarda grupos escultórico de esa época, un claustro gótico y una capilla barroca. Si se remonta el valle del Ter enseguida se alcanza Camprondón, un enclave de arquitectura de piedra, que recibe al río con un altivo puente del siglo XIV; su único arco salva las aguas en un prodigio de austeridad y exquisitez. Pero el mayor secreto artístico del Ripollès lo guarda el minúsculo pueblo de Beget, cuya iglesia de Sant Cristòfol custodia la talla de un cristo policromado del siglo XII, obra maestra del románico pirenaico, conocida como la Majestat de Beget.