Monja y poeta

Hildegarda de Bingen, la mística feminista de la Edad Media

Selestat St  Fides   Fenster 3 Hildegard

Selestat St Fides Fenster 3 Hildegard

Hildegarda representada en un vitral de la Iglesia de la Santa Fe, en Selestat, Francia.

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Como hija de Eva, con la que llegó el pecado original, en la Edad Media la mujer era considerada inferior e impura por naturaleza, y por ello se la marginaba de la vida de la Iglesia, la institución más importante en la sociedad medieval. El Decreto de Graciano, recopilación de las leyes de la Iglesia, prohibía que las representantes del «sexo débil», incluso las monjas, tuvieran contacto con cualquier objeto de culto y les negaba la capacidad de enseñar lo divino. Según Graciano, la mujer no podía ostentar «ninguna autoridad» ya que debía someterse al hombre. 

Aun así, algunas mujeres hallaron una vía para experimentar plenamente su sentimiento religioso e incluso convertirse en guías y maestras: la de la mística, una comunicación directa con Dios que podía tomar la forma de visiones, profecías o milagros. La mística tenía una larga tradición, pero la primera mujer que siguió ese camino fue una noble alemana nacida en 1098: Hildegarda de Bingen.

De familia noble, con sólo 8 años Hildegarda ingresó como oblata en la abadía de San Disibodo, cerca de Maguncia, en el oeste de Alemania, según la costumbre de entonces de ofrecer a los conventos benedictinos niños de corta edad y mujeres. Era débil y enfermiza, pero enseguida mostró gran inquietud religiosa y empezó a tener visiones divinas, que se prolongaron durante toda su vida, hasta su muerte, pasados los 80 años, en 1179. 

Criatura de ceniza y polvo

Al principio, Hildegarda se resistó a divulgar sus visiones: «Hasta los 15 años tuve muchas visiones, y explicaba algunas de las cosas que veía a otros, que me preguntaban con asombro de dónde podían venir esas cosas. Yo también me lo preguntaba y durante mi enfermedad pregunté a una de mis cuidadoras si ella también veía cosas parecidas. Cuando me contestó que no, me embargó un gran temor. A menudo, en mi conversación, explicaba cosas futuras, que veía como presentes, pero, al notar la sorpresa de mis oyentes, me volví más reservada».

Hildegard reading and writing

Hildegard reading and writing

Hildegarda dicta sus visiones al monje Volmar en una ilustración de un manuscrito anónimo del siglo XII.

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En 1136 fue elegida madre superiora de su comunidad, y poco después, cuando tenía 42 años, una voz celestial le ordenó: «Oh, débil criatura, ceniza de ceniza y polvo de polvo, cuenta y escribe lo que ves y oyes». Tras no pocas vacilaciones, se confesó a su director espiritual, y a través de él al abad en cuya jurisdicción se encontraba su convento. 

Finalmente, como ella misma nunca aprendió a escribir, un monje llamado Volmar se encargó de transcribir en latín las visiones de Hildegarda; una forma de control masculino que tenía por objetivo tranquilizar a los superiores eclesiásticos. En los tres o cuatro años siguientes dictó su libro, titulado Scivias («Conoce los caminos del Señor»), una obra compuesta de 26 visiones cosmológicas relativas al Apocalipsis acompañadas de comentarios teológicos y entrecortadas de alabanzas (es decir, poemas) inspiradas en el Cantar de los cantares.

Disibodenberg Hospiz 3

Disibodenberg Hospiz 3

Ruinas de la abadía de San Disibodo, en Maguncia, el monasterio en el que Hildegarda ingresó a los
ocho años de edad.

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Kuno, el abad de San Disibodo, que controlaba a la comunidad femenina, envió en 1146 las páginas escritas por Volmar al arzobispo de Maguncia para que las examinara. Éste remitió el texto al papa Eugenio III y a Bernardo de Claraval, quienes habían acudido a un sínodo en la vecina Tréveris. El contenido de las visiones fue aprobado y su carácter profético reconocido, y además se autorizó a la abadesa a proseguir con la redacción de su obra. No sólo eso, se leyeron públicamente fragmentos del texto para clausurar el sínodo en la catedral de Tréveris. Honrar así la obra de una mujer, ante una multitud de prelados, un papa y un santo, era algo totalmente inédito. 

De 1146 data asimismo una carta de Hildegarda a Bernardo de Claraval, el fundador de la orden cisterciense y que por entonces gozaba de la autoridad de un santo. «Yo, miserable, y todavía más miserable en mi condición de mujer, he visto desde mi niñez grandes y maravillosas cosas que mi lengua no podría contar si el Espíritu divino no me hubiese enseñado a creer en ellas», le decía, y a continuación le preguntaba: «¿Debo decir lo que veo abiertamente o guardar silencio?». 

Hildegard von Bingen Liber Divinorum Operum

Hildegard von Bingen Liber Divinorum Operum

Miniatura del Libro de las obras divinas de Hildegarda de Bingen. Hacia 1220. Códice 1942 de la Biblioteca Estatal de Lucca.

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En su carta, Hildegarda recordaba humildemente su condición femenina, acercándola con habilidad al destino de los hombres: «He nacido de la cepa de Adán quien, aconsejado por el diablo, fue desterrado a una tierra extraña». Si podía considerarse «sabia en el alma», si durante sus visiones aprendía «el sentido interior» de las Santas Escrituras, que «tocaba su corazón y su alma como una llama», era porque Dios se dirigía a ella por caminos misteriosos, y por mediación suya a todos los hombres. San Bernardo contestó brindándole una ayuda circunstancial y también le ordenó humildad.

De la medicina a la música

Hildegarda elaboró una gran variedad de obras. Hacia 1163 compuso el Libro de la vida meritoria, y diez años más tarde, el Libro de las obras divinas. Destaca también suLibro de las Sutilezas de las Criaturas Divinas, una enciclopedia de ciencias naturales muy original, inspirada directamente por Dios, según la autora.

Algunos han detectado en ella una intuición de la concepción heliocéntrica del mundo y de la teoría de la circulación de la sangre, y su obra inspiró incluso en la década de 1980 la moda de la medicina alternativa. Hoy día son especialmente conocidos sus himnos litúrgicos, setenta en total, compilados en la Sinfonía de la Armonía de las Revelaciones Celestes, obra maestra del canto gregoriano, al igual que su Orden de las virtudes, obra teatral litúrgica que ha sido grabada e interpretada con frecuencia. 

Lamentations de saint Bernard Fol  13r

Lamentations de saint Bernard Fol 13r

Bernardo de Claraval rezando. Iluminación de las Lamentaciones de San Bernardo, Jean Charpentier, siglo XV.

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El éxito de sus obras reportó a Hildegarda un gran prestigio personal. En 1150, fundó una comunidad femenina independiente de San Disibodo, cerca de Bingen, y en 1165 creó un nuevo monasterio al otro lado del Rin. Aunque el Decreto de Graciano prohibía a las mujeres predicar, Hildegarda realizó cuatro campañas de predicación. Clérigos, nobles y ciudadanos se reunían para escuchar sus sermones. Mantuvo asimismo correspondencia con algunas de las mayores personalidades de la Cristiandad (se han conservado más de 300 cartas suyas). 

Con la autoridad que le conferían sus visiones, no dudó en pronunciarse acerca de los asuntos políticos de su época, como hacían los profetas (todos varones) del Antiguo Testamento. Ya en 1152, el emperador Federico I Barbarroja la recibió en Ingelheim, y más tarde le envió a su esposa Beatriz, que había dejado de ser fértil, con la esperanza de que las plegarias de Hildegarda contribuyeran al nacimiento de un heredero. Cuando Federico entró en guerra con el papa, provocando así un cisma en la Iglesia, recibió una severa misiva en la que la «sibila del Rin»,  sin ningún miramiento, le reprochaba que «se comportaba como un niño, como un hombre de vida insensata». 

Precursora del feminismo

Resulta legítimo considerar a Hildegarda de Bingen como una de las figuras más importantes en la historia del largo camino de la emancipación de la mujer. Ciertamente le era imposible cuestionar de forma radical el dominio masculino, pero valoraba la feminidad como nunca nadie lo había hecho. En sus libros místicos daba la vuelta a su imagen negativa: asimilaba su debilidad a la de Cristo para exaltarla aún más; también desarrollaba una espiritualidad intensa, sensual y casi erótica en torno a la Virgen. 

HILDEGARDIS de Bingen clm

HILDEGARDIS de Bingen clm

Miniatura del Liber Scivias, hacia 1220. Universidad de Heidelberg.

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En su Libro de las sutilezas trató con bondad las cuestiones relacionadas con el aparato genital femenino, sobre todo la menarquía (la primera regla) y la menopausia. Fue un progreso notorio en un mundo convencido desde la Antigüedad de que la sangre menstrual era maléfica y podía incluso hacer cosas tan inverosímiles como transmitir la rabia, marchitar la hierba o empañar los espejos.