Un estudio publicado en la revista Scientific Reports en el que han participado José Antonio Lozano, del Instituto Español de Oceanografía (IEO/CSIC), y el grupo Atlas de la Universidad de Sevilla (US) ha revelado la procedencia exacta de las gigantescas piedras que se emplearon para la construcción de una de las mayores proezas de ingeniería del Neolítico peninsular (3.800-3.600 a.C.): el dolmen de Menga, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde julio de 2016 y que fue construido mil años antes que la primera pirámide de Egipto (la pirámide escalonada de Saqqara).
Aunque el Conjunto Arqueológico Dólmenes de Antequera lo conforman los dólmenes de Viera, El Romeral y Menga, en la población de Antequera, en Málaga, el reciente estudio se ha centrado en el dolmen de Menga. De hecho, se ha llevado a cabo un minucioso mapeo geológico de alta resolución y un análisis petrográfico y estratigráfico de todas las piedras que lo integran. El estudio ha demostrado el gran conocimiento en el uso de la madera y la piedra de los constructores de esta estructura funeraria sin precedente.
Así, y según ha declarado el CSIC en un comunicado, los resultados de las investigaciones muestran que esas gigantescas piedras, como la conocida como Cobija 5, con un peso de 150 toneladas, fueron transportadas, siempre en sentido descendente, desde unas canteras localizadas en el Cerro de la Cruz, situadas a un kilómetro en línea recta desde la ubicación de Menga.
Un reto colosal
Los investigadores señalan que las piedras que se emplearon para la construcción del dolmen de Menga son, en su mayoría, calcarenitas, una roca sedimentaria detrítica comparable a las conocidas como "piedras blandas" (de origen arcilloso o limoso) utilizadas en la ingeniería civil moderna. El uso de este tipo de piedra permitió a las comunidades del Neolítico Tardío trabajar rocas de gran tamaño, lo que prueba que poseían un buen conocimiento de las propiedades geotécnicas y geológicas de aquel tipo de material, así como de la calidad del terreno elegido para asentar el dolmen.
Los investigadores señalan que las piedras empleadas para la construcción del dolmen son en su mayoría calcarenitas, una roca sedimentaria detrítica.
Una prueba irrefutable de este conocimiento es que para ubicar el dolmen de Menga sus constructores evitaron las margas (un tipo de roca sedimentaria arcillosa) y tampoco usaron rocas no consolidadas en la edificación. Además, para estabilizar una construcción tan colosal y evitar las filtraciones de agua se utilizaron pilares, que impedían el deterioro de estas piedras blandas y aseguraban la estabilidad del dolmen.
Una minuciosa planificación
Asimismo, el estudio hace énfasis en que la extracción y el transporte de estos megalitos desde las canteras de Cerro de la Cruz hasta su ubicación final tuvo que suponer un gran reto, tanto de planificación como de organización. De hecho tuvo que ser necesaria una logística minuciosa para emprender este proceso constructivo, en el que debió de participar un gran número de mano de obra.
El estudio hace énfasis en que la extracción y el transporte de estos megalitos desde las canteras tuvo que suponer un gran reto.
El estudio también pone de manifiesto que el traslado de estas enormes y frágiles piedras no se hubiera podido realizar si antes no se hubieran construido rampas para poder transportarlas. Y es que hay que tener en cuenta que en la construcción del dolmen de Menga se utilizaron más de 30 megalitos.
Finalmente, el estudio concluye que para la construcción de este gigantesco dolmen tuvo que llevarse a cabo un ingente trabajo de carpintería, por lo que la demanda de madera tuvo que estar a la altura de la construcción. Ejemplo de ello es la llamada Cobija 5, la piedra que cubre el fondo del dolmen de Menga, que es la más grande que se ha utilizado nunca en un monumento megalítico.